¿Suicidio o asesinato en Guantánamo?
8 de junio de 2010
Andy Worthington
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 13 de septiembre de 2023
El 2 de junio del año pasado, el Pentágono anunció que un preso yemení de
Guantánamo, Mohammed al-Hanashi (también conocido como Muhammad Salih), había
muerto, al
parecer, suicidándose. Era el quinto suicidio del que se tenía noticia en Guantánamo,
tras tres muertes el 9 de junio de 2006 y otra el 30 de mayo de 2007, y era el
sexto hombre que moría en la prisión, tras la muerte, por cáncer, de un preso
afgano, Abdul Razzaq Hekmati, el 26 de diciembre de 2007.
Todas estas muertes eran, de un modo u otro, sospechosas, excepto la de Hekmati, un afgano de 68
años, cuya historia, en cambio, dejaba entrever negligencia médica, y también
revelaba, al examinarla de cerca, la
crueldad despiadada del régimen de Guantánamo. Héroe silencioso de la
resistencia antitalibán, que había ayudado a liberar a tres importantes líderes
antitalibanes de una cárcel talibán, descubrió en Guantánamo que ninguna
autoridad estaba interesada en averiguar si su historia era cierta o no, y se
fue a la tumba sin haber podido limpiar su nombre.
Esto debería ser motivo de vergüenza imperecedera para aquellos que no investigaron su historia
-y que bien podrían no haber actuado con decisión para evitar la propagación de
su cáncer- pero, a diferencia de los otros cinco hombres, su muerte no conlleva
la sospecha de que fuera asesinado deliberadamente, mientras que todo los demás
sí. La semana pasada recordé
al preso saudí Abdul Rahman al-Amri, en el tercer aniversario de su muerte,
y fui incapaz de dar una explicación adecuada de por qué se quitaría la vida.
Hombre devoto que había viajado a Afganistán para ayudar a los talibanes a combatir a la Alianza
del Norte, estaba profundamente perturbado por los tipos de humillación sexual
a los que él y otros prisioneros eran sometidos, y esto podría, tal vez,
haberlo llevado al límite, pero también era un huelguista de hambre de larga
duración, y puede, por lo tanto, haber estado en un estado tan debilitado en el
momento de su muerte que una ronda de interrogatorios particularmente agresivos
podría haber sido suficiente para matarlo.
Además, la muerte de los tres hombres el 9 de junio de 2006 -todos ellos en huelga de hambre de
larga duración, como Abdul Rahman al-Amri- ha sido
controvertida durante mucho tiempo, y lo fue aún más en enero de este año
cuando, en un convincente artículo publicado en Harper's
Magazine, Scott Horton se
basó en relatos de testigos presenciales de ex soldados, entre ellos el
sargento primero Joe Hickman, para describir los hechos. Joe Hickman, para dibujar
un cuadro vívido y realmente inquietante de cómo los supuestos suicidios de los
tres hombres en cuestión -Salah Ahmed al-Salami, Mani Shaman al-Utaybi y Yasser
Talal al-Zahrani- se anunciaron poco después de que un vehículo regresara de
una prisión secreta situada fuera de la valla del perímetro principal de la
prisión, donde al parecer se torturaba a los prisioneros, y de cómo hubo, según
los soldados, un encubrimiento oficial a una escala alarmante.
Volveré sobre la historia del sargento Joe Hickman en un futuro próximo, pero mientras tanto
quiero centrarme en Mohammed al-Hanashi, para conmemorar el primer aniversario
de su muerte, preguntar por qué no se ha dado respuesta a las preguntas
planteadas en su momento y poner al día a los lectores sobre otras preguntas
formuladas en el último año por la escritora y periodista Naomi Wolf y el
psicólogo y bloguero Jeff Kaye.
Poco después de su muerte, el residente británico liberado Binyam Mohamed, que conoció a al-Hanashi en Guantánamo, ofreció una explicación de las
circunstancias de su muerte que resultó profundamente chocante. En un
artículo para el Miami Herald, declaró que él y al-Hanashi, que en aquel
momento pesaba sólo 104 libras (y en un momento dado había
pesado sólo 86 libras), habían estado en huelga de hambre a principios de
2009, lo que les había obligado a alimentarse a la fuerza todos los días,
atados a sillas de inmovilización mientras les introducían tubos por la nariz y
en el estómago.
El hombre descrito por Binyam Mohamed era alguien que se enfrentaba al injusto régimen de Guantánamo y
"siempre lo ponían en segregación por su decidida insistencia en señalar
la realidad de lo que nos había ocurrido a todos". Mohamed continuó:
El hecho es que a las autoridades estadounidenses no les gustaba que hablara de palabras y prácticas con las que
estaban demasiado familiarizados: secuestro, entrega, tortura, degradación,
detención ilegal e injusticia. Pero, aunque [al-Hanashi] se oponía a las
políticas y al trato en Guantánamo, no tenía problemas con los guardias.
Siempre fue muy sociable e intentó ayudar a resolver los problemas entre los
guardias y los presos. Era paciente y animaba a los demás a hacer lo mismo.
Nunca consideró el suicidio como un medio para acabar con su desesperación.
Sin embargo, como explicó Binyam Mohamed, cuando el oficial a cargo del campo 5 (un bloque de
máxima seguridad) buscó un voluntario "para representar a los presos en
asuntos del campo como huelgas de hambre y otras cuestiones polémicas",
al-Hanashi aceptó. El 17 de enero de 2009 lo llevaron a reunirse con el
comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta, almirante David Thomas, y con el
comandante del Grupo de Detención Conjunta, coronel Bruce Vargo, pero nunca
regresó a su celda. Dos semanas después", escribió Mohamed, "nos
enteramos de que lo habían trasladado a lo que llamábamos la unidad
"psiquiátrica", la unidad de salud conductual". Añadió:
Aún no se ha explicado por qué lo enviaron allí ni cuál fue la causa de su muerte. La BHU se construyó como una
unidad segura para prevenir, entre otras cosas, posibles intentos de suicidio.
Todo lo que alguien pudiera utilizar para hacerse daño se ha retirado de la
celda, y un guardia vigila a cada preso las 24 horas del día, en persona y en
vídeo. A la luz de todo esto, me asombra que el gobierno estadounidense tenga
la audacia de describir la muerte [de al-Hanashi] categóricamente como un
"aparente suicidio."
En cambio, Binyam Mohamed explicó que pensaba que la muerte de al-Hanashi fue "un asesinato,
o un homicidio ilegítimo, se mire como se mire", y se preguntó si
"fue asesinado por personal estadounidense -intencionadamente o no-"
o si sus largos años de huelga de hambre "le provocaron algún tipo de
fallo orgánico que le causó la muerte."
El pasado mes de agosto, a raíz de la noticia, la escritora y periodista Naomi Wolf, que había
estado presente en Guantánamo el día de la muerte de al-Hanashi (como parte de
un grupo de periodistas que cubrían las audiencias previas al
juicio ante la comisión militar de Omar Khadr), reveló que se había sentido
profundamente consternada por su muerte y por el "escueto
anuncio" de su "aparente suicidio" por parte de la oficina de prensa.
Su inquietud aumentó cuando, en su viaje de regreso a Estados Unidos, "casualmente estaba
sentada junto a un médico militar que había sido trasladado en avión para
realizar la autopsia a al-Hanashi". "¿Cuándo se investigaría la
muerte?", preguntó, recibiendo como respuesta: "Esa era la
investigación". Como ella lo describió: "Los militares habían
investigado a los militares". Añadió:
Este "aparente suicidio" me pareció inmediatamente sospechoso. Acababa de visitar esas celdas: es
literalmente imposible suicidarse en ellas. Sus interiores se parecen al
interior de un tarro de plástico liso; no hay bordes duros; los ganchos se
pliegan; no hay ropa de cama que uno pueda utilizar para estrangularse. ¿Puedes
golpearte la cabeza contra la pared hasta morir, en teoría, le pregunté al
médico? "Controlan a los presos cada tres minutos", dijo. Tendrías
que ser rápido.
Wolf también señaló que la historia "olía aún peor después de indagar un poco". Tras
descubrir que al-Hanashi se había ofrecido voluntario para representar a los
prisioneros del campo 5, señaló que eso habría significado que "sabía qué
prisioneros habían afirmado haber sido torturados o maltratados, y por
quién". También planteó dudas sobre si era posible que un preso se
suicidara en el pabellón psiquiátrico, preguntando a Cortney Busch, de Reprieve, la organización benéfica de acción legal con sede en Londres cuyos
abogados representan a docenas de presos de Guantánamo, quien explicó, como
había hecho Binyam Mohamed, que "en el pabellón psiquiátrico hay vídeo
grabado sobre los presos en todo momento, y también hay un guardia apostado
allí continuamente."
Sin estas opciones, Wolf señaló que al-Hanashi podría haber muerto durante el proceso de
alimentación forzada, reflexionando sobre "lo fácil que sería acabar con
un preso problemático alimentado a la fuerza simplemente ajustando el nivel de
calorías. Si es demasiado bajo, el preso morirá de hambre, pero un nivel
demasiado alto también puede matar, ya que la sobrealimentación deliberada de
líquidos por sonda, a la que los presos de Guantánamo han denunciado haber sido
sometidos, provoca vómitos, diarrea y una deshidratación mortal que puede parar
el corazón".
En un intento por descubrir qué le ocurrió exactamente a Mohammed al-Hanashi, Wolf pasó varios
meses presionando al teniente comandante Brook DeWalt, portavoz jefe de la
oficina de prensa de Guantánamo, pero nunca recibió una respuesta
satisfactoria, a pesar de que señaló que "[u]na investigación por parte
del ejército de la muerte de sus propios prisioneros viola los Convenios de
Ginebra, que exigen que la enfermedad, el traslado y la muerte de los
prisioneros se registren de forma independiente ante una autoridad neutral
(como el CICR), y que las muertes se investiguen de forma independiente."
Cómo explicó, "si los gobiernos no permiten que ninguna entidad externa
investigue las circunstancias de esas muertes, ¿qué les impedirá
"desaparecer" a quien sea que tomen bajo custodia, por cualquier motivo?".
En Yemen, donde se repatrió el cadáver de al-Hanashi, el gobierno "sólo anunció lo mismo que
Estados Unidos: que al-Hanashi había muerto por 'asfixia'". Wolf añadió:
"Cuando le hice notar a DeWalt que la autoestrangulación era imposible, me
dijo que se pondría en contacto conmigo cuando la investigación -que ahora
incluye una investigación penal naval- estuviera terminada."
Wolf no volvió a tener noticias de DeWalt, pero en noviembre Jeff Kaye retomó la historia. Aunque
señaló que la autoestrangulación era "rara", pero
"posible", tenía otras razones para dudar de la historia oficial. La
primera es que al-Hanashi, que fue capturado en el norte de Afganistán en
noviembre de 2001, sobrevivió
a una masacre en un fuerte de Mazar-e-Sharif y al posterior encarcelamiento
en una brutal prisión de la Alianza del Norte en Sheberghan, donde habría
conocido a supervivientes de otra masacre, consistente en la
asfixia masiva en contenedores, y podría, por tanto, haber "oído
hablar de soldados u oficiales de Operaciones Especiales estadounidenses implicados".
El segundo, que se basó en mi trabajo, se refiere al hecho de que, en su tribunal de Guantánamo,
el Pentágono reveló inadvertidamente que una acusación falsa formulada contra
él -relativa a su presencia en Afganistán antes incluso de que estuviera en el
país- había sido hecha por Ahmed Khalfan Ghailani, un "detenido de alto valor",
recluido en prisiones secretas de la CIA durante más de dos años antes de su
traslado a Guantánamo en septiembre de 2006. En todos los demás casos, los
nombres de los "detenidos de alto valor" se suprimieron de las
transcripciones, pero en el caso de al-Hanashi, el nombre de Ghailani se coló en
la red de censura.
El pasado mes de mayo, Ghailani fue
trasladado a Nueva York para ser juzgado por un tribunal federal por su
presunta implicación en los atentados con bomba contra la embajada africana de
1998 y, como señaló Jeff Kaye, el "posible testimonio de al-Hanashi en un
juicio en Nueva York, estableciendo que las confesiones de Ghailani eran
falsas, y probablemente coaccionadas mediante tortura, puede haber sido un
obstáculo para un gobierno empeñado en condenar al supuesto terrorista".
Ya fuera por su conocimiento de las masacres en Afganistán, por su idoneidad como testigo
perjudicial en el juicio de Ahmed Khalfan Ghailani o por su conocimiento de
oscuros secretos en Guantánamo, parece probable que, de un modo u otro,
Mohammed al-Hanashi supiera demasiado, y lo que hace aún más alarmante esta
sospecha es el hecho de que muriera apenas unas semanas después de que se le
asignara finalmente un abogado.
Una revisión de los casos de todos los presuntos suicidas revela no sólo que todos los hombres eran
huelguistas de hambre de larga duración, sino también que ninguno de ellos
había hablado con abogados antes de morir y que, por tanto, cualquier
conocimiento incriminatorio que pudieran tener se fue a la tumba con ellos.
Puede que esto sólo sea una coincidencia, pero merece la pena señalar que, tras
las muertes, en junio de 2006, el Pentágono informó inicialmente de que ninguno
de los tres hombres tenía representación legal, pero que, a los pocos días, los
funcionarios se vieron obligados a reconocer que, de hecho, dos de los hombres
sí tenían representación legal.
En el caso del primer hombre, Salah Ahmed al-Salami (también identificado como Ali Abdullah Ahmed)
también se reveló que, en el momento de su muerte, sus abogados no habían
recibido autorización para visitarlo, y en el caso del segundo hombre, Mani
al-Utaybi, sus abogados no habían podido verlo. Su equipo jurídico se quejó de
que habían esperado más de nueve meses a que el Pentágono les autorizara a ver
a su cliente y que, mientras tanto, no se les había permitido mantener
correspondencia con él debido a una confusión sobre la ortografía de su nombre.
También explicaron que, durante una visita a Guantánamo pocas semanas antes de
su muerte, les habían dicho que no les vería y que, por tanto, no habían podido
comunicarle que había sido autorizado para ser puesto en libertad.
Esto siempre me ha parecido un comentario especialmente sombrío sobre Guantánamo -que nadie le
dijera a Mani al-Uyaybi que había sido puesto en libertad antes de su muerte-,
pero en el panorama general de las cinco muertes inexplicadas, lo más
importante es que estos hombres no caigan en el olvido y que se pida -en voz
alta y con regularidad- una investigación independiente sobre cómo murieron.
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